Por la mañana como todos los días, cuando los obreros van llegando al taller, lo encuentran frio, desolado con tristeza de ruina. En el fondo de la gran sala envuelta en una profunda obscuridad se dibujan espectrales los contornos inmóviles y mudos de las máquinas. De una pequeña oficina, desciende el patrón y dirigiéndose a los obreros, les dice que no hay trabajo, una ausencia total de pedidos y contraorden les imposibilitan continuar con la producción. Hay que pararlo todo, una recesión en cierne me obliga a suspender el trabajo para no ahondar más el abismo. Esta descripción es una escena del París del siglo XIX, donde una profunda crisis esparcía sus tentáculos recesivos sobre las distintas actividades lucrativas, afectando a familias enteras y arrojándolas a una extrema desocupación y pobreza. El París reluciente y fulgurante de luces y probada elegancia, exhibía la melancolía y tristeza de una ciudad desierta y sitiada. Era el paro forzoso, el terrible paro forzoso que tocaba a congoja y desesperanza. El pánico había paralizado en gran parte las actividades, y el dinero, el cobarde dinero se había escondido, había desaparecido. En este mundo actual, convulso, amenazado por la irrupción de un agresivo y letal virus, cuyo misterioso y dudoso origen y velocidad contaminante, ha perturbado y producido cambios abismales en el planeta, los distintos gobiernos del orbe ensayan draconianas medidas sanitarias de extrema reclusión masiva vacunación para doblegar las virulentas aristas que conforman su morfología letal. A más de un año de esta feroz pandemia, las consecuencias económicas de esta necesaria e imprescindible cuarentena son funestas. Al igual que en el París de entonces, donde el pavor se extendía y la crisis laboral arreciaba, pero esta vez la humanidad es acosada por un virus global, cuyos efectos son desoladores con visos de tragedia, donde la muerte ronda intempestiva e irremediable. Para apartar y alejar el cúmulo de miedos y temores que provoca esta pandemia, valoremos el denuedo y la titánica lucha de la comunidad científica, que en comunión con intrépidos médicos y auxiliares de la salud, cuya sacrificada labor asistencial, será la simiente que germinará el destino de esta encomiable y loable profesión. Un desborde de savia, esparcirá los frutos de esta contienda ciclópea, cuyo germen hará estalla la humanidad de júbilo..
Alfonso Giacobbe
24 de Septiembre 290
San Miguel de Tucumán